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Se diría que sabemos todo (o casi todo) de Winston Churchill. Y, sin embargo, como en toda vida, siempre se nos escapa algo. Y es ahí, en esos resquicios dejados de lado por la historiografía oficial o crítica, donde entra el excepcional talento narrativo de Erik Larson. Circunscrito a un período muy concreto, de mayo de 1940 a mayo de 1941, el período más cruento del Blitz, este libro narra, casi como una novela, «cómo Churchill y su círculo sobrevivían cotidianamente: los pequeños episodios que revelan cómo se vivía de verdad bajo la tempestad de acero de Hitler. Ese fue el momento en que Churchill se convirtió en :Churchill, cuando realizó sus discursos más impresionantes y mostró al mundo qué eran el valor y el liderazgo». En esta obra tenemos al gran estadista, al orador y al líder que nunca parecía perder el norte, pero también al hombre que dudaba de sus propias decisiones, al aristócrata y :bon vivant que echaba de menos la juventud, al sentimental y al iracundo. El poliédrico Churchill se construyó un personaje a medida de una Historia con mayúscula. Larson lo cuenta rastreando los claroscuros de las minúsculas. Al fin y al cabo, como dijo el propio Churchill a su secretario: «Si las palabras importasen, deberíamos ganar esta guerra».
Se diría que sabemos todo (o casi todo) de Winston Churchill. Y, sin embargo, como en toda vida, siempre se nos escapa algo. Y es ahí, en esos resquicios dejados de lado por la historiografía oficial o crítica, donde entra el excepcional talento narrativo de Erik Larson. Circunscrito a un período muy concreto, de mayo de 1940 a mayo de 1941, el período más cruento del Blitz, este libro narra, casi como una novela, «cómo Churchill y su círculo sobrevivían cotidianamente: los pequeños episodios que revelan cómo se vivía de verdad bajo la tempestad de acero de Hitler. Ese fue el momento en que Churchill se convirtió en :Churchill, cuando realizó sus discursos más impresionantes y mostró al mundo qué eran el valor y el liderazgo». En esta obra tenemos al gran estadista, al orador y al líder que nunca parecía perder el norte, pero también al hombre que dudaba de sus propias decisiones, al aristócrata y :bon vivant que echaba de menos la juventud, al sentimental y al iracundo. El poliédrico Churchill se construyó un personaje a medida de una Historia con mayúscula. Larson lo cuenta rastreando los claroscuros de las minúsculas. Al fin y al cabo, como dijo el propio Churchill a su secretario: «Si las palabras importasen, deberíamos ganar esta guerra».